Casi todos los hogares chilenos han tenido alguna vez una colaboradora, aunque sea para cuidar a un enfermo o a un bebé. Si bien no siempre se les trata de “nanas”, porque muchas lo encuentran ofensivo, así se identifica a las trabajadoras de las casas particulares. La nana es parte fundamental de la familia chilena, pese a que ni siquiera comparta la mesa con ellos. Esta mujer está siempre preocupada de pegar los botones de las camisas, sacar el polvo de los muebles e incluso criar a los hijos de la familia.

Texto: Giancarlo Grondona Fotos: Ruth Olate y Giancarlo Grondona

La película chilena “La Nana”, premiada en el festival de cine Sundance y finalista de los premios Globos de Oro, muestra el nivel de influencia que puede llegar a tener la criada en la vida familiar. Respecto a esta cinta, se pueden nombrar dos ejemplos: la preferencia por los niños menores en lugar de la hija mayor; o que simplemente, esta mujer es capaz de arruinar el pasatiempo del padre, quien gustaba de armar barcos a escala.

“Nosotras influimos en los hogares donde trabajamos porque cuidamos y, en muchas ocasiones, criamos a los hijos de nuestros empleadores. Entonces, estamos preocupadas siempre que no se vayan a enfermar, que estén limpios y que tengan sus respectivas comidas diarias”, declara Ruth Olate, presidenta del Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular (SINTRACAP).


Pero no sólo deben preocuparse de cuidar niños. Las nanas también se encargan de limpiar la casa y la ropa, además de preparar las comidas. Marina Gutiérrez siempre se ha desempeñado “puertas adentro”, es decir, vive en la casa donde trabaja. Lleva 24 años con la misma familia. Cree haber postergado su vida para cuidar de un hogar que no es de ella.

“Al trabajar de esa forma se va perdiendo la posibilidad de tener pareja. Si bien tengo una hija, y su padre aún piensa que nos podemos casar, yo le tengo miedo al matrimonio. Hay que estar dispuesta a ceder mucho”, señala.

Cuando aún no tenía decidido su rumbo, Marina vio un letrero que cambió su vida. Decía: “Se solicita nana en Antofagasta”. Y así fue como viajó de su natal Parral, en el sur, hasta Antofagasta, en el norte (casi 1.700 km). En ese lugar fue madre y crió al hijo de la casa donde trabajaba, “con el mismo cariño y respeto, dándole los mismos consejos y enseñanzas”.

Marina, eso sí, reconoce algunos privilegios en su trabajo: “Mi jornada empieza a las 8:00 AM y termina cerca de las 22:00 PM. Pero dentro de ese período dispongo de bastante libertad. Puedo ir al médico, duermo siesta, veo telenovelas. Es por eso que no hago uso de los días feriados”. La casa que cuida consta de cuatro personas, y recibe un salario de $200 mil pesos (400 dólares).

A partir de 2009, las trabajadoras de casa particular puertas adentro pueden tener libre los días feriados legales, luego de la emisión de una ley al respecto. El mismo año se estableció que su salario mínimo, $172.000 (cerca de 345 dólares), debía ser similar al resto de los trabajadores chilenos/as.

Puertas afuera

Según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas, en Chile existen más de 350 mil asesoras del hogar. Sólo un 12% trabaja puertas adentro. La mayoría de ellas se concentran en la Región Metropolitana y la de Valparaíso.

Pero hoy, muchas han optado por llevar a cabo el oficio “puertas afuera” para darle prioridad a su propia familia. Esta forma de trabajo, se ha vuelto más “popular” entre las nanas en los últimos años. “Yo no podría vivir en la casa donde me desempeño como asesora, debido a que escogí casarme. En esta condición es imposible que el esposo esté de acuerdo”, afirma Marianela González.

Su labor es de cinco horas diarias, de lunes a viernes, tiempo en el que, además de hacer las tareas típicas de una nana, cuida a una niña que padece de síndrome de Down. “La niña tiene 18 años, pero su mentalidad es de una persona menor, como si tuviese cinco años. No se puede quedar sola y en algunas ocasiones juego con ella”.

De todas formas, Marianela disfruta de privilegios: “Me tomo un mes de vacaciones pagadas. Antes debía cocinar comidas especiales, como pastel de choclo y estofado; ahora se relajaron: traen comida rápida. También me han regalado ropa que ya no usan, e incluso muebles antiguos”.

En Chile la manera de referirse a las asesoras del hogar requiere delicadeza; no a todas les gusta que les digan nana. “Al denominarnos así, perdemos nuestra identidad como persona. Cada una tiene un nombre propio que debe ser respetado”, asegura Ruth Olate.

Sin embargo, hay opiniones distintas: “No me molesta que me digan nana. En la casa me dicen por mi nombre”, revela Marianela González. Marina Gutiérrez estima que “cuando me llaman nana me siento parte de la familia. Todas las personas me dicen así. Poca gente sabe mi nombre”.

Nanas peruanas

La película “La Nana” también aborda el tema de las inmigrantes peruanas ejerciendo este trabajo doméstico. Según publicó el diario La Nación en 2009, un 70% de las mujeres del país vecino prestan ese tipo de servicios.

Una publicación de la socióloga Carolina Stefoni menciona que cerca de la mitad de las peruanas residentes en Chile cuentan con estudios profesionales o técnicos. Aunque no vienen a ejercer labores relacionadas con su formación, porque tienden a desempeñarse como nanas. En ese rubro tienen más probabilidades de recibir un sueldo mejor que el que tendrían en Perú por un trabajo más calificado.

Si bien las asesoras del hogar peruanas obtienen mejores condiciones económicas en Chile, la presidenta del Sindicato único de trabajadoras de la casa particular (SINDUTCAP), Emilia Solís, afirma que “las compañeras de Perú aguantan peores tratos y sueldos que las chilenas, debido a que no tienen documentos, por lo que se encuentran indefensas”.

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